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A veces dejamos que el miedo nos paralice y llene de fantasmas nuestro alrededor. Es en ese momento, cuando cae sobre tus hombros una noche oscura y cerrada. Todo se congela y la sangre se paraliza, los glóbulos rojos engordan dentro de las venas por la falta de movimiento.
Si el miedo te coloniza empiezas a andar como un espectro de un lado para otro, blanca sin color, ausente… perdida en un mundo lejano, inaccesible e irreal. La tiniebla se hace cada vez mas espesa y como una natilla amarga te la comerás a cucharadas.
En esos momentos solo te salvará pensar constructivamente
en la muerte; descanso, paz, cambio, destierro del dolor. Y el darte cuenta de tu dimensión terrenal, finita, efímera y fugaz, te hará de nuevo libre, pues nada dura siempre, ni siquiera el dolor. Saber que podemos morir, nos devuelve el presente, la vida, el deseo… y en el momento que deseamos, soñamos una realidad mejor, la oscuridad desaparece y donde antes veías fantasmas solo vez piedras frías, inocuas, inofensivas.
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